Érase una vez, cuando el cubano comía en familia
[08-05-2015 05:45:32]
Steve Maikel Pardo Valdes
(www.miscelaneasdecuba.net).- Si de familia y de relaciones
interpersonales se trata, detengámonos un momento a pensar, ¿cuántos de
nosotros aún se sientan a la mesa día a día junto a la familia a la hora
del desayuno, el almuerzo o de la cena, cuánta importancia le damos a
este apacible acontecimiento, a esta entrañable tradición que hoy
solemos olvidar?
Hace unos 40 años, antes del surgimiento de la informatización, el
internet y las redes sociales, antes de la globalización, los
matrimonios de dos sueldos y la producción independiente, existía una
feliz rutina cotidiana que se llamaba comida en familia, la cual reunía
a padres e hijos alrededor de la mesa, no solo para consumir los
alimentos, sino que servía además para compartir las experiencias
vividas, contar como habían pasado el día, escuchar sobre las dudas o
preocupaciones y juntos hallarles solución, en fin, fortalecer y
estrechar el vínculo familiar.
Quizás sea la vorágine de la vida diaria, esa modernidad acelerada que
hoy todo lo carcome y precipita, la responsable tal vez del no disponer
de apenas una hora diaria de mutua confianza compartida, de un momento
propicio para conectar con nuestras tradiciones culturales y religiosas,
observando esos pequeños detalles que conforman lo hermoso de tener
cerca a esos seres que son en definitiva la razón de nuestro existir.
Muchos consideran que el fenómeno comenzó a agravarse con la invención
de las becas y las escuelas al campo, con la aplicación de aquellos
planes quinquenales, la zafra y los trabajos voluntarios muy ligados por
aquel entonces al concepto de horario de consagración, sin dejar de
mencionar las movilizaciones y cursillos militares que, por demás,
troncharon sabrá Dios cuantos matrimonios y socavaron la unidad
familiar, así como la autoridad de los padres sobre los hijos. Hoy a
esto podríamos agregar la existencia, en aumento, de horarios
alternativos en el sector privado, de padres con turnos nocturnos de
trabajo o que para laborar deben viajar grandes distancias dependiendo
de una infraestructura de transporte público poco más que ineficiente,
madres que trabajan también fuera de casa, sin contar las actividades
extra laborales que muchos debemos realizar para lograr al menos
subsistir medianamente. Situaciones todas que nos substraen ese tiempo
necesario para estar cerca de los nuestros, principalmente de los niños
y los adolescentes que se hallan en una etapa tan crítica en la
formación de la personalidad.
Claro que la comida en familia va más allá de resultar ser una consulta
de psicoanálisis o de prevención de conductas impropias, y si logran
esto y mucho más, es porque antes han cumplido una misión fundamental,
la de permitir la adecuada y regular comunicación entre todos los
miembros de la familia, esa intimidad natural sobre la cual se construye
toda la estructura familiar y que constituye el verdadero pilar de toda
sociedad. Esto es algo tan natural como la humanidad misma y lo llevamos
en nuestros genes desde que el mundo es mundo, ese vínculo
indestructible que nos permite realizar aquello que nos identifica como
familia, que es cuidar los unos de los otros, compartir tristezas y
alegrías, recorrer juntos el camino de la vida por duro o luminoso que
este se presente.
Para muchos este momento del día constituye todo un oasis donde hallar
refugio luego de dejar tras la puerta de casa ese agitado mundo donde
desarrollamos nuestra existencia cotidiana. Pero, dejando a un lado por
un momento el factor sentimental, echemos un vistazo a algunos datos
proporcionados por estudios científicos que, a nivel mundial, arrojan
luz sobre este fenómeno, cuya incidencia que en realidad no se reduce
tan solo a nuestro país.
Por ejemplo la periodista norteamericana Miriam Weinster mediante el
seguimiento a un estudio que se viene realizando desde el año 1996 por
el Centro Nacional sobre Adicciones y Drogas adjunto a la Universidad de
Columbia, constato el asombroso poder de la comida en familia, sobre
todo en el sector juvenil, previniendo de esta manera las conductas
destructivas por adicciones e incluso, la baja incidencia de embarazos
prematuros o la deserción escolar entre los adolescentes, quienes además
presentaron menores problemas de ansiedad y manifestaciones de
violencia, así como mejores resultados académicos que aquellos
adolescentes pertenecientes a grupos encuestados en los cuales no eran
frecuentes las comidas en familia.
A resultados similares llegaron investigadores de la Universidad de
Minnesota donde, luego de entrevistar a más de 4700 jóvenes, las
investigaciones arrojaron que, más allá del mito y la tradición, comer
en familia contribuye además a prevenir la depresión y el suicidio,
mejora considerablemente la relación padre – hijo fomentando el tan
necesario clima de confianza, herramienta que luego, de una manera
discreta y con mucho tacto, nos permite explorar como padres el mundo
del adolescente desde su perspectiva, sensibilizándonos con sus
problemáticas y aspiraciones, o acercarnos al tan preocupante tema de
con quienes se junta nuestro hijo en una etapa tan delicada y donde la
aceptación e integración al grupo le es tan importante al joven. Sin
duda este espacio, bien aprovechado, proporciona a los padres la ocasión
de atender el estado emocional de sus chicos.
Algo curioso además se observó, y es que nuestros más significativos
recuerdos de la infancia y la adolescencia, no son los grandes
acontecimientos, como los eventos deportivos o viajes a sitios
recreativos, sino aquellos sencillos momentos de interrelación y cariño
mutuos, de intercambio de criterios, el simple hecho de pasar tiempo
juntos en la intimidad del hogar, ya que las comidas familiares son por
demás ocasiones naturales para asimilar las historias y valores
familiares y concientizar luego, la necesidad de su aplicación en la
vida cotidiana y para con la sociedad, recordando siempre que, es
precisamente para la vida en sociedad que educamos a nuestros hijos.
Estos estudios están basados naturalmente, y esto lo señalamos, en esa
comida familiar que no es en modo alguno interrumpida por alguna de esas
maravillas tecnológicas que, después del siglo de las luces leds, han
devenido en herramientas imprescindibles para desarrollar nuestra
existencia, objetos trocados ya en apéndices orgánicos como el teléfono
celular o los ordenadores portátiles, ni saboteada por algún programa
televisivo, o apresurados porque alguien se debe marchar a una cita amorosa.
Esa relación diaria posee como valor agregado el forjar en los niños el
hábito de las buenas costumbres, la cultura alimentaria y el amor por la
familia. Fomenta así mismo habilidades cognitivas, ya que al desarrollar
una conversación fluida y pausada, el menor adquirirá de esta manera una
buena parte de su vocabulario. Brindando la oportunidad, siempre que a
la mesa se traten temas agradables y consecuentes con la edad de los que
a esta estén sentados, de adquirir experiencias que enriquecerán su
acerbo vivencial.
Muchas familias incluso aun hoy bendicen la mesa y los alimentos que se
han logrado llevar a esta, tras toda una épica contienda. El caso es que
otro fenómeno que nos afecta hoy, es que los padres en su mayoría
carecen de los recursos para preparar adecuadamente a sus hijos para el
correcto comportamiento ante la mesa, muchos adolecemos de esa cultura
de los buenas maneras que se deben observar, pues solamente piensen,
sinceramente en cuantos hogares cubanos se ha suprimido un mueble tan
antiguo y arraigado en nuestra impronta cultural como la mesa, ya sea
por falta de espacio o cualquier otra criatura de nuestro breviario de
calamidades y carencias cotidianas.
La realidad es que no podemos quedarnos de brazos cruzados, debemos dar
la debida importancia a los pequeños detalles que dé a veces se suman
para restar cohesión y amenazar la estabilidad familiar, convirtiendo a
sus miembros prácticamente en unos extraños que, aun viviendo bajo el
mismo techo solo coincidan en las mañanas a la hora de hacer fila para
esperar a usar el único baño de la casa.
No se trata de una fórmula mágica, de hecho no creo que exista un modelo
de convivencia perfecto, pero con un poco de buena voluntad, respeto y
dedicación podemos devolver a la casa la tan necesaria armonía, ya que
el valor de la familia está condicionado por su unidad. Es tiempo ya de
llamarnos a reflexionar asi que no pospoga mas la el encuentro, ni
espere a disponer del mejor de los manjares, y esta tarde cuando llegue
a casa, sirva la mesa y comparta lo que tenga con los suyos.
Rescate usted entonces esa bella tradición de nuestros mayores, que en
cuentas definitivas no suma costo a nuestros bolsillos y sí mucho de
gusto a nuestro corazón.
Source: Érase una vez, cuando el cubano comía en familia - Misceláneas
de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/554c315c3a682e0664ce81d8#.VUywbPmqqko
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