El café nuestro de cada día
Jueves, Octubre 11, 2012 | Por Camilo Ernesto Olivera Peidro
LA HABANA, Cuba, octubre, www.cubanet.org -Hace algún tiempo, a Fidel
Castro se le ocurrió ordenar que la población cubana recibiera los
paquetes de café, habitualmente normados por la cartilla de
racionamiento, con el cien por ciento del producto puro. Durante décadas
había venido mezclado desde la torrefactora, con un alto por ciento de
chícharo o de cualquier otra cosa.
Era la época en que el precio de ese producto estaba deprimido en el
mercado internacional. La Isla descuidó durante años sus potencialidades
como productora-exportadora del grano. Ello trajo aparejado el aumento
de las cifras de importación de ese renglón para cubrir la demanda interna.
Un buen día, los precios del café aumentaron en el mercado, y se acabó
la "luna de miel". Raúl Castro ordenó el retorno al "café mezclado con
chícharo", del cual los cubanos dicen que es "chícharo con una gota de
café".
También hace algunos años, fueron abiertos, en distintos puntos de la
calle 23, en el Vedado y en otros sitios de la capital cubana, los
denominados Cafés Literarios. Estos eran concebidos, según se dijo, como
espacios para la promoción del libro y la literatura, y para la venta de
café elaborado en distintos modos.
Uno de estos puntos es el Café G, que se ubica exactamente en la esquina
de la calle G, o Avenida de los Presidentes. Allí el café se oferta en
distintas variantes. También se reúnen allí desde estudiantes hasta
vagos habituales.
Al igual que sucede hoy con la llevada y traída moringa, la idea de
crear estos sitios surgió a partir de un par de frases dichas por Fidel
Castro, a propósito de las bondades del referido brebaje.
Los lugares con asistencia de grupos de personas también son espacios
propicios para la pluralidad y el intercambio de ideas. Eso lo tuvieron
en cuenta siempre los gobernantes cubanos y su sistema de vigilancia.
Así los "cafés literarios" han sido, desde su surgimiento, termómetros
indicadores del estado de opinión popular.
Con un poco de suerte, se puede adquirir a escondidas un paquete de buen
tamaño, de los que son provistos estos Cafés Literarios o los puntos de
venta de Café Express. El precio del paquete (en bolsa negra) suele
superar los cinco o seis CUC y la calidad es más aceptable con respecto
a la de los paquetes normados por la cartilla de racionamiento.
Hay quien sabe que el café que se vende en estos lugares trae un
componente menor de mezcla con chícharo. Suele decirse que sus
maquinas-cafeteras no admiten el café adulterado.
Es muy común observar en algunos puntos, como el de la calle 23, frente
a la depauperada heladería "Coppelia", a una sucesión de personas de los
más diversos orígenes y modos de vida o sobrevida. Este pequeño puesto
de expendio de Café Express está colocado al lado de otro donde se
oferta una versión local del clásico hot dog" o perro caliente. En
ocasiones las filas o colas de ambos sitios se confunden. Sin embargo,
para quien es habitual, resulta fácil discernir entre los clients de uno
y otro. Son gente diferente.
En la cola del Café Express están combinados los diversos niveles de lo
que se perfila como la sociedad cubana "post-reforma". En especial
acuden muchos cuya única opción energética, para despertar o ir a dormir
con algo en el estomago, es esa taza de café. Un peso en moneda nacional
(cinco centavos de dólar) hace la diferencia entre la depresión y la
ilusión de un pan para mañana. Otros clientes habituales son los
custodios que hacen su turno de madrugada, casi siempre personas
mayores. También pasa por allí gente joven que intenta mantenerse
despierta para seguir rumbo a la dura lucha por los oscuros senderos de
la noche habanera.
Igualmente hace acto de presencia en esos sitios un creciente elenco de
mendigos y perturbados mentales. En una noche de sábado, es perceptible
la diferencia entre el olor de los perfumes de ocasión, del lado de la
cola para el hot dog, y los distintos hedores de quienes el gobierno
llama eufemísticamente "deambulantes", que aguardan para tomarse su
dosis de café. Un joven y su novia, ambos vestidos a la moda, disfrutan
de sus respectivos perros calientes. Casi al lado de ellos, un anciano
harapiento y con demencia senil, se toma su café mientras un chorro
incontenible de orine se le escapa, empapando el pantalón y el piso. A
nadie parece importarle.
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