El peligroso mundo de los carretilleros
MIRIAM CELAYA, La Habana | Febrero 13, 2016
Sobre la fachada principal de un pequeño negocio particular, en el
corazón de Centro Habana, hay un gran cartel con la imagen del
general-presidente, Raúl Castro, uniformado y haciendo un saludo
militar, donde se lee una frase memorable extraída de uno de los
promisorios discursos que pronunció en su etapa de reformista de
pastiche: "Quienes apuestan por demonizar, criminalizar y enjuiciar a
los trabajadores por cuenta propia escogieron un camino que, además de
mezquino, es risible, por insostenible. Cuba cuenta con ellos como unos
de los motores del desarrollo futuro. Y su presencia en el paisaje
urbano inequívocamente, llegó para quedarse". Como es habitual entre los
de su casta, el general mentía, y de aquellos pretendidos motores de
desarrollo apenas quedan algunos exponentes que tratan de sobrevivir a
duras penas, casi en la clandestinidad.
No obstante, bajo ese mantra colocado a la entrada de su modesto
comercio habanero, los taimados propietarios creen estar protegidos de
las veleidades de un poder habituado a renegar de sus propias criaturas,
ya sea por no subordinarse debidamente a los intereses para los cuales
las creó o por considerarlas una potencial amenaza a su dominio. Es el
mismo juego de simulación que impulsó a miles de cuentapropistas a
inscribirse en el apócrifo sindicato oficialista, que ha hecho la vista
gorda y los oídos sordos ante el atropello de sus afiliados por parte
del más poderoso patrón que haya existido en esta ínsula, el
Estado-Partido-Gobierno, del que nadie está a salvo.
A medida que amainan los operativos de decomiso y persecución contra los
comerciantes del escuálido sector privado, en particular de los
populares carretilleros que se dedicaban a la venta callejera de
productos del agro, alguna que otra tarima comienza a aparecer
tímidamente, por lo general a la caída de la tarde, cuando inspectores y
jefes de sectores de la policía uniformada han concluido sus jornadas.
Según rumores no confirmados por fuentes oficiales, muchos de los
carretilleros afectados por la ola represiva de finales de 2015 e
inicios de 2016, han sido informalmente autorizados a volver a
comerciar, aunque "con discreción y sin mucha vista".
Un sondeo realizado en varios barrios del populoso municipio de Centro
Habana permite comprobar el efecto de la técnica de fuelle –o de tira y
afloja– que suelen aplicar las autoridades, donde a cada razia le sigue
una aparente tolerancia, cuidadosamente vigilada por los guardianes del
sistema, en parte para controlar a la vez el auge del incipiente sector
de comerciantes que han demostrado ser una fuerte competencia frente al
sector estatal, y en parte para menguar el gran descontento popular
desatado por el súbito corte de la afluencia de alimentos a las mesas
familiares.
Algunas imágenes de video subidas a internet y que fueron grabadas con
teléfonos móviles por ciudadanos comunes, testigos de la cruzada oficial
contra los carretilleros, han mostrado a la opinión pública la verdadera
índole de las llamadas reformas raulistas, el rechazo de la población
ante el abuso del poder y de sus cuerpos represivos, y la espontánea
solidaridad popular con los comerciantes. Las nuevas tecnologías de las
comunicaciones, incluso en un país tan desconectado de la red de redes
como Cuba, hacen cada vez más difícil vender el viejo discurso del
"Gobierno bueno y justo" y "los cubanos felices".
En los umbrales del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba nada
resulta más inconveniente que aplicar medidas antipopulares, en
particular cuando el Estado no es capaz de emular en materia de
producción y comercio de alimentos ni siquiera al frágil sector
cuentapropista. Celebrar semejante cónclave en medio de una población
hambreada sería demasiado cínico, incluso para el Gobierno cubano.
Por esa razón, y sin hacer mucho alboroto, los agentes y controladores
del Gobierno han notificado a varios carretilleros que pueden volver a
vender, aunque aún no han devuelto las licencias que fueron retiradas a
los más recalcitrantes.
Yasser es uno de ellos. Aunque tiene solo 30 años, cuenta con una gran
experiencia laboral. Comenzó a trabajar en la adolescencia, después de
abandonar los estudios en un instituto tecnológico debido a las malas
condiciones económicas en un hogar que sobrevivía solo con el salario de
su madre y la pensión de jubilada de su abuela, una historia que se ha
tornado sumamente común en Cuba.
"Primero empecé de reparador de bicicletas, pero en eso descubrí que me
daba más ganancias comprar y vender bicicletas y piezas de repuesto que
estar ensuciándome las manos y rompiéndome el lomo reparando cacharros
viejos. Ahí fue donde aprendí que mi verdadera vocación era el comercio:
la compraventa y las ganancias contantes y sonantes. El comercio es lo
que mejor se me da", sonríe, convencido de lo que dice.
Cuando comenzó a decaer el negocio de las bicicletas, se fue a trabajar
con un tío en una cooperativa agrícola estatal, en pleno campo. "No
tenía la intención de quedarme para siempre a trabajar la tierra, pero
me interesaba el giro del comercio agropecuario. Cuando dejé lo de las
bicicletas, yo había estado un tiempo administrando un puesto de
viandas, gracias a unos contactos de ese tío, pero había mucho fuego y
no tenía las ganancias que quería, así que pensé aprender un poco más
sobre el campo y el manejo de la producción, de primera mano. De paso,
haría buenos contactos para cuando pudiera tener mi propio negocito, que
era mi idea fija".
Así fue. Y el jovencito habanero Yasser lo hizo tan bien en aquella
cooperativa estatal que hasta consiguió un carné que lo acredita
legalmente como "delegado de la Asociación Nacional de Agricultores
Pequeños (ANAP)", documento que le permite en la actualidad abastecerse
de los productos que vende en su carretilla, ya como cuentapropista.
Ahora, con su peculiar carisma y sus habilidades como comerciante,
Yasser compra directamente al productor privado y traslada la carga
hasta su casa contratando transportistas privados. Para evadir el
decomiso utiliza su carné de "delegado de la ANAP" y una autorización
firmada mediante soborno por el administrador de una cooperativa estatal
"que no produce nada de nada", pero que acredita que sus productos
fueron comprados a esa cooperativa para ser destinados a un Mercado
Agropecuario Estatal (MAE), a algún centro de trabajo, u otra entidad
cualquiera. Con estos salvoconductos y su disfraz de productor, con
sombrero a la cabeza y botas de agua hasta las rodillas, llenas de fango
del surco, Yasser ha logrado sobrevivir en el peligroso mundo del
comercio privado.
Sin embargo, él sabe perfectamente que se balancea sobre una cuerda
floja. En Cuba existe una difusa franja de tolerancia entre la legalidad
y el delito, según acomode a las autoridades. Basta que el administrador
que firma sus "conduce" caiga en desgracia, e igualmente caerá toda la
cadena de beneficiados, Yasser incluido. La corrupción general en la
Isla es, a la vez que el verdadero sostén del "modelo económico" y del
equilibrio social, la trampa que estandariza a todos los cubanos como
transgresores de las leyes. Cualquiera puede terminar en un calabozo.
"Cuando empezó este negocio de las carretillas, yo pensé que era una
oportunidad para mí. Me creí aquello de que esta vez sí se nos iba a
respetar como contribuyentes, aunque mi tío me decía que el Gobierno iba
a dar marcha atrás, como siempre. Llegué a tener dos carretillas, que
atendían mi tío y mi primo, porque yo soy el propietario y el
intermediario a la vez y siempre estoy entre el campo y la ciudad,
consiguiendo los productos. Ahora solo saco ésta –señala una sencilla
chivichana cargada con los mejores tomates de todo el municipio, a un
precio de 12 pesos cubanos–, y voy sacando la mercancía poco a poco. No
quiero malos ojos arriba de mí, porque al final este negocio también se
va a pique, fue un engaño más. Como dice mi abuela, con esta gente no
hay arreglo".
Han pasado solo unos pocos años desde la falsa bendición al sector de
trabajadores por cuenta propia, y el propio Gobierno se ha encargado de
demonizarlos, criminalizarlos y enjuiciarlos, desdiciendo su propio
discurso. "Ellos no se respetan ni a sí mismos, por eso ya nadie les
cree, nadie los quiere y nadie los respeta", concluye Yasser con lo que
parece más el juicio pesimista de un anciano que la palabra de un joven
treintañero. Su desencanto es, con mucho, el símbolo más auténtico de
una sociedad que ha sucumbido a la fatiga de casi 60 años de hipocresía.
Source: El peligroso mundo de los carretilleros -
http://www.14ymedio.com/nacional/peligroso-mundo-carretilleros_0_1943805601.html
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