Pollo extraviado
Jueves, Abril 11, 2013 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Si no fuera por los productos
racionados, muchos dependientes estatales y empleados de las respectivas
entidades suministradoras no tendrían automóviles, casas, prendas de
lujo y todo lo que no está al alcance del cubano promedio.
Desde que se implantó la libreta de racionamiento, en los primeros años
de la década del 60, del siglo XX, el timo al consumidor, el desvío de
recursos y el parasitismo social se fueron convirtiendo en uno de los
distintivos de la revolución, que realmente concluyó apenas 9 años
después de su estreno, en enero de 1959.
Con la eliminación de los últimos vestigios capitalistas, en 1968, se
procedió a consolidar un nuevo orden basado en el igualitarismo y en la
peregrina idea de crear el hombre nuevo: un ser humano honesto, listo
para cualquier sacrificio por la patria y con valores éticos y morales
extraordinarios.
A medida que transcurría el tiempo, las cosas tomaron rumbos opuestos.
La doble moral fue cimentándose y el empeño principal de los cubanos,
determinado por el mandato de la supervivencia, se fundamentó en sacar
adelante la economía familiar sin detenerse en la legalidad de los
procedimientos.
Al no haber cambios dentro de las estructuras estatales, la situación es
la misma. Solo que en la actualidad, las ganancias obtenidas por las
trampas al uso son mucho menores, a raíz de la paulatina reducción de la
canasta básica, debido a los graves problemas económicos.
Ya no es posible que los dependientes de los locales donde se reparten
las exiguas cuotas de alimentos y artículos de aseo amasen jugosas
fortunas, como en los años de las vacas gordas, cuando la ex Unión
Soviética y sus satélites garantizaban los suministros sin interrupciones.
Entre las tácticas para consumar los despojos, aparte del trabajo sucio
en las básculas, habría que mencionar un término que se explica por sí
solo: faltante.
El ciudadano Raúl Fernández Suárez, residente en el municipio capitalino
de Marianao, es uno de los afectados por las 42 libras de pollo que no
llegaron a la carnicería como parte del plan que asigna 11 onzas per
cápita, dos veces al mes, según reportó el diario Juventud Rebelde, en
la sección Acuse de Recibo, en su edición del 3 de abril.
Desde enero, las reclamaciones han caído en saco roto. Sin embargo,
alberga esperanzas de que en este mes se resuelva el entuerto.
Es razonable la duda de que el pollo no entregado de acuerdo con las
estipulaciones vigentes, haya terminado en la mesa de clientes que
pueden pagarlo hasta 10 veces por encima del costo establecido. Es algo
que sucede a menudo y que habrá que soportar mientras no se liberalice
el comercio minorista y entren en vigor leyes que verdaderamente
protejan al consumidor.
Tanto en los comercios bajo la tutela del Estado como en los que
funcionan con cierta independencia, se ha entronizado la complicidad
entre la administración, los inspectores y la empleomanía para
apropiarse de los bienes ajenos. La confabulación para expoliar, más que
una intención, es una cultura generalizada que mantiene invertida la
escala de valores.
¿Qué país puede funcionar mínimamente bien si los ladrones viven mejor
que los trabajadores honestos? ¿Cómo se explica que los profesionales,
entre éstos los pertenecientes al sistema de salud pública, estén en los
puntos más bajo de la escala social, al compararlos con el vasto
ejército de parásitos que se la agencian para multiplicar sus magros
salarios en detrimento del prójimo?
Termino con otra pregunta: ¿Obtendrá su cuota de pollo Raúl Fernández?
http://www.cubanet.org/articulos/pollo-extraviado/
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