Niños sin leche
BORIS GONZÁLEZ, Octubre 07, 2015
Mi hijo cumple siete años este jueves, 8 de octubre. Desde hace décadas,
los siete años son la edad dispuesta por Fidel Alejandro Castro y
sostenida por su hermano Raúl Modesto para que los cubanos dejemos de
beber leche.
Cada diez días un niño cubano menor de siete años recibe un kilogramo de
leche en polvo por el valor de dos pesos y 50 centavos. Esa cantidad es
la décima parte de un dólar. El salario mínimo ronda en Cuba los 10
dólares y el medio los 18, y cualquier precio ajustado a lo que puede
verse en los mercados del mundo entero sería impensable para el bolsillo
de un trabajador cubano. En España o Brasil es posible comprar un litro
de leche por 70 centavos de dólar, pero semejante cifra se acerca al
valor de un día de trabajo de un maestro en Cuba.
Fuera de esa cuota de leche que recibe mi hijo, y que comparte con su
hermana mayor, los cubanos que quieran beber leche, dársela a sus hijos
o a sus padres, deben comprarla en el mercado en dólares. Pero allí el
precio de la leche no solo excede por mucho el de aquella que se
suministra a los menores de siete años, sino que excede también lo que
cuesta en la mayoría de los mercados del mundo. En ese mercado el precio
de un litro de leche es de dos dólares y setenta centavos. Más de cuatro
veces lo que cuesta en el extranjero y una cuarta parte del salario
mínimo cubano. La leche vendida a semejante precio caduca en no pocas
ocasiones en los estantes que la sostienen. Después de cumplir siete
años, no solo los niños cubanos no pueden beber leche, sino que no lo
podrán hacer por el resto de sus vidas.
Han pasado los tiempos de Ubre Blanca, la vaca que, acompañada por un
tumor y la atención no menos nociva de Fidel A. Castro rompió por los
años ochenta el récord mundial de producción de leche para un día.
Cuentan que el comandante prestaba una atención filial a la bestia, lo
que la convirtió en la protagonista de reportajes, documentales, visitas
frecuentes de especialistas de todo el mundo y, según un informático
emigrado, era un honor por aquellos años ser invitado por Fidel A.
Castro y brindar con un vasito de leche salido de las enfermas ubres.
Sabido es que las pasiones del comandante fueron por décadas objetos de
culto nacional. Se odió a los yanquis hasta el pasado 17 de diciembre,
Celia Sánchez fue la flor más auténtica, el PPG, una pastilla reguladora
de colesterol, llegó a codearse con el resto de los símbolos nacionales,
y cinco espías con cargos de asociación para asesinar se convirtieron en
héroes.
Pero lo que se vivió con Ubre Blanca traspasó la pasión. Según cuenta
Enrique Colina en su documental La vaca de mármol, el animal fue
reproducido en piedra y sus artífices, entrevistados por el cineasta,
afirman que se le quiso posicionar encabezando la Plaza de la Revolución
que se construiría en la Isla de Pinos, donde el animal vio la luz.
Además de delirio, exaltar la industria lechera cubana tenía un fin
propagandístico. La Revolución había triunfado entre otras cosas para
llevar un vaso de leche a cada niño y una vaca que se bastaba para
cumplir la ambiciosa meta era lógico que se elevara a líder del Partido.
Si tenemos en cuenta que la organización comunista se ha destacado más
por aupar tragones que por reunir miembros como Ubre Blanca que se
creyeran las supuestas metas de la Revolución, se entiende que la
peculiar heroína esté hoy disecada en un instituto de investigaciones
pecuarias como Lenin en su mausoleo.
Hay una diferencia clara entre desear un bien y desear ser el que
aparece como bueno. Esa meta explica mucho del castrismo. Mientras
sostuvo con créditos soviéticos una industria ganadera costosa e
improductiva y proveyó a cada niño y no pocos adultos de un vaso de
leche, Fidel A. Castro aparecía de manera continua como una especie de
padrino de esa industria. De ahí su pavoneo con Ubre Blanca y sus
delirantes referencias al tema en interminables discursos oficiales.
Derrumbada toda nuestra industria ganadera a principios de los años
noventa, la noción de niño se redujo cínicamente a seis años, dejó de
repartirse leche fresca y Fidel A. Castro no apareció nunca más en un
sitio relacionado con el tema.
Si el vaso de leche a cada niño hubiera sido realmente el interés del
castrismo, hace mucho se habría relajado el monopolio estatal sobre las
vacas y se habrían reducido las condenas de quienes buscan en el mercado
negro paliar su carencia. Nada de eso ha pasado y nuestros niños, mis
hijos entre ellos, despiertan sin leche al día siguiente de cumplir
siete años.
Source: Niños sin leche -
http://www.14ymedio.com/opinion/Ninos-leche_0_1865813410.html
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