El carnicero tiene que vivir
¿Por qué nos "tumban" una o dos onzas de lo que compramos?
miércoles, octubre 7, 2015 | Iris Lourdes Gómez García
LA HABANA, Cuba – Norberto consiguió una beca para estudiar Derecho en
la Universidad de La Habana, pero siendo el menor de tres hermanos
huérfanos de padre, decidió conseguir un trabajo en el que pudiese
conseguir algo más que su salario. Se le presentó la oportunidad de
hacerse carnicero.
Como su sueldo no llegaba a 15 dólares al mes, estaba claro que tenía
que buscar una forma de obtener dinero adicional. Pero él sabía que
algunos de su mismo oficio terminaban en la cárcel, por lo que decidió
ser más inteligente que los demás. Los de la carnicería que estaba al
doblar la esquina, robaban media libra a cada cliente, aunque el peso
solicitado fueran dos libras. No robaban progresiva y discretamente,
como pretendía hacerlo él. Por eso decidió actuar del siguiente modo: a
cada cliente que venía a su establecimiento "tumbarle" solamente una
onza de las 16 que tiene una libra.
Pronto se le llenó el establecimiento de compradores, maravillados de
"lo bien que despachaba" ese carnicero. Aunque se llevaran 5 libras, él
sólo ponía de menos una onza. Cuando, por excepción, un cliente llegaba
a reclamar, él le decía "no se preocupe, aquí está la onza que le falta"
y el demandante, al ver la escasa diferencia en producto, solía irse
apenado por la poca cantidad que había reclamado. Hasta una cola se
hacía cada mañana a la hora de abrir.
Durante un tiempo consiguió que un camionero le suministrara varias
cajas adicionales de carne limpia de procedencia ilícita. Las vendía
"por la izquierda" en pocas horas. Mientras subsistió este negocio, pudo
reparar su casa, comprarse electrodomésticos, conocer numerosos
restaurantes y centros turísticos de todo el país. Hasta se casó, tuvo
un hijo y pudo enfrentar los costosos gastos que le ocasionaba el bebé.
Cuando se le acabó ese negocio, reajustó sus gastos y estuvo
sobreviviendo más o menos bien. Esto duró hasta un día en que de la
Empresa le enviaron a una nueva inspectora que ya él había oído
mencionar. Ella era muy conocida por ser la única persona en todo el
Comercio de La Habana que no recibía sobornos.
La esperó con todo limpio y en regla; nada fuera de lugar. Ella llegó,
se puso una bata –cosa que nadie hace– y empezó a notar deficiencias:
que si había un solo refrigerador para lo que estaba almacenado y lo que
se estaba despachando –por cierto, el refrigerador era de Norberto, pues
la Empresa no se ha ocupado de eso en los últimos 20 años–, que si tenía
un pequeño descascarado en la puerta –cosa descabellada–, o que si la
taza del baño no tenía tanque. La nueva inspectora no señaló que, aunque
la Empresa jamás se había ocupado del mantenimiento del local, éste
permanecía limpio, pintado, azulejado.
Ella también señaló que hacía falta otro cuchillo, que el local no tenía
fregadero –el mismo local que es carnicería desde antes de la llegada de
Norberto–. Exigió gorros para el pelo y guantes. El carnicero se puso de
mala suerte, y hasta una cucaracha no invitada caminó por la pared en
ese momento. Del tiro le cerraron el local y lo mandaron para su casa
hasta que arreglara todo lo que estaba mal; o sea, se supone que de sus
15 dólares de salario debe afrontar fregaderos, tazas de baño,
cuchillos, gorros, y veneno para las cucarachas.
Norberto le hizo frente a los nuevos gastos. Como además, la vida está
más cara, ahora está valorando una nueva variante: si en vez de una sola
onza "tumba" dos, los clientes no se van a dar cuenta. En definitiva, él
también tiene que vivir.
Source: El carnicero tiene que vivir | Cubanet -
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